Permanecer dentro de aquella habitación le era imposible; podía sentir la tensión en su estómago. Un viaje a la azotea le vendría bien para despejar su mente de todos los problemas que azotaban la casa día día. Arrastro los pies con desgana por los escalones que lo llevarían a la cima y ahí se sentó, pensando. ¿Que no daría el pobre por irse lejos? Tan lejos que ni los gritos de furia de su madre le pudieran seguir el rastro para atormentarlo. Mientras más pensaba en ello más simpática se hacia la idea en su cabeza, hasta que la idea paso a ser un tanto posible, y luego de un rato ya estaba convencido que no habría nada que se podría interponer en su camino. Se iría a ver el mundo, en ese mismo instante, sin mirar atrás. Visitaría el mundo entero, vislumbrando sus maravillas hasta cansarse de ello y seguir con el próximo sueño repentino que invada su mente.
Volteó la cabeza a la izquierda un poco para encontrarse con la última pieza del rompecabezas que se había armado en su mente: un papel de dimensiones extraordinarias, el cual podría doblar en forma de avión, como le habían enseñado hace ya muchos años. Y así hizo. Doblo el papel unas cinco veces en total, hasta que tenía el tamaño ideal para pasear cómodamente por el mundo.
Sintió miedo solo un instante, aquel instante donde los planes y sueños se realizan o se caen en pedazos, el momento de dar el primer paso. Tuvo que respirar profundo unas tres veces, pero su mente ya estaba decidida, saltaría. Coloco un pie detrás del otro para asegurarse de que el impulso fuera fuerte y así fue como pasó, así fue como se lanzó al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario